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No a una legislación tiránica que destruye los fundamentos de Europa y desconoce la dignidad de los europeos

Esquizofrenia e islam

por Luis María Sandoval

Cuando piensan en el islam, la mayoría de los occidentales y de los cristianos se arriesgan a caer en la esquizofrenia. Todo ello por mezclar indebidamente dos planos tan distintos como el de la verdad de las cosas, con la que hay que contar siempre, y lo que conviene decir de ellas en un momento dado. Pero también hay otra esquizofrenia en lo referente a la predicación del Evangelio....

Posiblemente sea George W. Bush el occidental de relieve que tiene un pensamiento más positivo y optimista respecto de los musulmanes en general y de los iraquíes en particular. Que ese optimismo se haya demostrado erróneo es otra cuestión, ahora atendemos sólo a como conciben unos y otros el mundo árabe-musulmán.

Oficialmente, Bush ha intervenido en Irak para derrocar una tiránica dictadura y posibilitar la instauración de una nueva democracia en el mundo, en la cual los ciudadanos se expresen con libertad y se autogobiernen. Sus adversarios occidentales no dejaron de advertirle que su acción podía traer funestas consecuencias, peores que el mal que se combatía, y tampoco dejan de congratularse de que, efectivamente, así está sucediendo.

Como en 2003 no habían finalizado las hostilidades en Irak que arrancaron de la invasión de Kuwait, ni de derecho ni de hecho, todos los alegatos sobre la ‘ilegalidad’ de la guerra resultan bastante forzados. La justicia o injusticia de la ofensiva norteamericana dependía, sobre todo, de su proporcionalidad, de su prudencia, de si podía provocar un mal mayor del que pretendía resolver.

Obsérvese que éste, y no otro, fue el planteamiento del Papa contra la guerra, inmediatamente antes de la ofensiva. En su Angelus romano de 16-III-03 en que clamó “¡Nunca más la guerra!”, se explicaba así: “Por este motivo, ante las tremendas consecuencias que tendría una operación militar internacional para las poblaciones de Irak y para el equilibrio de toda la región de Oriente Medio, que tanto ha sufrido ya, así como por los extremismos que podrían desencadenarse, les digo a todos: todavía hay tiempo para negociar; todavía hay espacio para la paz; nunca es demasiado tarde para comprenderse y para seguir tratando" (los subrayados son míos) .

Lo que el Papa decía con finura es repetido por los occidentales anti-Bush en forma de realpolitik, bastante insultante, por cierto, para el pueblo iraquí: derrocado Saddam, la libertad de partidos y las elecciones desembocarán en otro régimen islamista, que será mucho peor que lo que había: para los habitantes, y en particular los cristianos orientales, para los intereses de occidente, y para la paz mundial. Es decir: un régimen popular en Irak, y en el mundo islámico en general, es más de temer que una dictadura.

Un buen comentarista católico español, Eulogio López, a punto ya de estallar la guerra, se extendía explícitamente en Hispanidad.com de 18-III-03 acerca de tales consecuencias peores que eran de temer:

"El problema es que George Bush está jugando a aprendiz de brujo. Porque la guerra, eso es algo más que seguro, la ganará el Ejército norteamericano y es probable que la gane con rapidez. Aún así, perderá. Todo Oriente, todo el mundo islámico, se sentirá moralmente respaldado para practicar la guerra que le es más propia: el terrorismo, la verdadera III Guerra Mundial, la guerra del siglo XXI. No lo duden: en la madrugada del jueves 20, día en que puede empezar el ataque, Ben Laden brindará con cava (o con hachís). Por eso, hay que concluir que la respuesta islámica va a ser lenta, pero definitiva. Bush y Aznar no son conscientes de las fuerzas que han desatado. En efecto, la guerra la va a ganar Estados Unidos, será una victoria corta, pero la reacción va a ser lenta y terrible: consistirá en la conversión de la guerra en terrorismo y guerrilla, con todo el mundo islámico "justificado" para actuar contra el Occidente cristiano ”.

Es evidente que la magnitud de Irak como potencia no justificaba que una guerra en la que interviniera mereciera el calificativo de ‘mundial’. Cuando se habla de los peligros de esa guerra (o de cualquier conflicto en que intervenga un país musulmán) se piensa en la reacción del mundo islámico, la cual se teme.

Y de hecho se le atribuyen a la opinión islámica las características de gregaria y xenófoba (porque el ataque a un régimen tiránico concreto es asumido como un ataque de unos ajenos a unos hermanos inocentes y a la umma en su conjunto), y de belicosa y sin escrúpulos (cuando se supone que su respuesta segura será la guerra, y una guerra terrorista a todos los habitantes de todos los países occidentales sin distinción). Pues, aunque los guerreros de la jihad (mujahidines) no sean todos (aunque sí decenas de millar, no unas docenas), contarán con diversos grados de simpatía, de complicidad y de encubrimiento entre los habitantes de los países mahometanos y sus emigrantes a Occidente.

Esto, y no otra cosa, aunque nunca explicitado, es lo que se esconde bajo el miedo a las consecuencias de la guerra de Irak u otros casos similares.

En el fondo, lo que se piensa sin decirlo y hay que enunciar, es que el temible terrorismo mundial tiene matriz religiosa y puede contar con una nutrida base, también religiosa.

* * * * *

Pero, si en el fondo se piensa que el mundo islámico es un peligro latente, hostil y belicoso, muy fácil de desencadenar ¿por qué los medios de comunicación y los dirigentes sociales de toda índole no dejan de insistir en que el islam es intrínsecamente bueno ‑quitados unos pocos extremistas- y que hay que forjar con él una alianza de civilizaciones? El miedo cerval a una tercera guerra mundial –con el islam, obviamente, cuyas fronteras están en guerra desde el Sudán y Costa de Marfil a la India, pasando por Israel, Bosnia y Kosovo, y recientemente en el sur de Tailandia como en Filipinas- no es compatible con la consideración de éste como un gran y benéfico incomprendido. Tal discrepancia entre el discurso consciente y el pensamiento inexpresado nos coloca al borde de la esquizofrenia.

¿Por qué? No sólo por el miedo del avestruz a enfrentarse con la realidad. Tampoco sólo por el síndrome de Estocolmo.

El caso es similar al trato con un maniático que nos consta que es muy agresivo: nadie querrá provocar su estallido sugiriendo que está mal de los nervios, ni recordándole desmanes pasados; por el contrario, todo el mundo le dirá, aparte de que no se nos pasa por la cabeza tal cosa, que es particularmente respetado y estimado Y lo haremos, con sobrado énfasis, sabiendo que es una completa mentira, pero una mentira muy prudente hasta que pongamos nuestra familia a buen recaudo y consigamos avisar a los loqueros para que le recluyan a él.

Ahora bien, en el caso de una comunidad extensa, y más aún cuando se trata del conjunto de pueblos de herencia cristiana, la comparación claudica. Uno mismo, por prudencia o temor, puede protestar ferviente amistad al que le amenaza, teniendo muy claro en su interior cuan completamente falso es. Pero cuando toda una sociedad tiene que afrontar una hostilidad, sus dirigentes y los formadores de opinión deben informarle y prepararle de la realidad primero, en lugar de convertir todas sus palabras en mensajes diplomáticos dirigidos al enemigo temido.

No se trata de rechazar la diplomacia y propagar el belicismo. Entre las funciones de los embajadores está el disminuir la tensión. En ese sentido son los relaciones públicas de los estados. Pero, así como una corporación no se puede guiar por las declaraciones de los relaciones públicas propios y ajenos en sustitución de los consejos de sus abogados, los estados de occidente no pueden sustituir la información veraz sobre el peligro del islam a sus ciudadanos por la propaganda amable para consumo externo.

En Occidente se han invertido los papeles: en vez de que los relaciones públicas atiendan a las necesidades sociales, definidas con auxilio de los abogados, los que actúan como abogados de la comunidad –sus gobernantes- toman como punto de partida las declaraciones ‘para fuera’ de los relaciones públicas. Y lo necesario es que los ciudadanos estén informados de la situación y alertados del riesgo, incluyendo también el conocer la conveniencia de hacer declaraciones, incluso a todas luces exageradas, de comprensión y simpatía con los mahometanos.

* * * * *

El islam no es un gigantón bueno, e incomprendido y, sobre todo, esencialmente pacífico. Si no existiera una profunda hostilidad latente en la opinión islámica (muy anterior al conflicto iraquí e incluso al de Tierra Santa) nadie albergaría el temor ‑censurado hasta para sí mismo- a una fácil guerra mundial terrorista.

El islam no es bueno porque arranca de una impostura: el falso dictado divino de un falso profeta. El Corán contiene muchas cosas buenas porque el mal absoluto no existe y porque se inspiró en la religión bíblica, pero están mezcladas con principios y preceptos malos que poseen idéntico rango. Como el islam no tiene jerarquía orgánica, el que los musulmanes releguen o no ciertos puntos de su discurso, en particular la mentalidad yihadista, depende de la opinión (conveniencia) del mahometano concreto. La inmensa mayoría de los mahometanos es habitualmente buena porque su sentido común se sobrepone y porque nadie puede vivir en un estado de exasperación permanente. Pero el peligro subsiste y subsistirá siempre en determinados textos del Corán, que por ser ‘revelación divina’ no pueden ser abolidos.

La historia del mundo islámico ha conocido muchos retornos a la pureza del Corán, como los almorávides o los wahabitas, que tienen por punto común la agresividad política interior y exterior. A la larga estos rigorismos decaen y toma su lugar cierta tolerancia de hecho (sólo de hecho) hasta que en algunos se despierta de nuevo el espíritu de fidelidad integral a la escritura coránica (y por desgracia la formación musulmana es y seguirá siendo fundamentalmente literalista).

Estas, y no otras, son las verdades sobre el islam que los occidentales debemos saber y repetirnos unos a otros. Quien actúe así no arriesgará su salud mental con un orweliano doble pensar que reprime lo que muy bien sabe. Muy diferente es que por un mínimo de buena educación, antes incluso que por táctica, no se le diga a nadie verdades inconvenientes a la cara (como que Mahoma es un falso profeta). Pero no podemos tomar como verdades en que fundar nuestra política lo que no son sino declaraciones para suavizar el trato social.

Que obrando así los musulmanes nos pueden leer o nos pueden escuchar. Ciertamente, pero es necesario decirlo, escribirlo y repetirlo para que los ciudadanos occidentales sepan la verdad y se preparen.

¿Qué puede pasar? ¿Que nos amenacen como a Salman Rusdie? ¿Que consumen la amenaza como al cineasta holandés Van Gogh? Efectivamente. Que eso pueda pasar demuestra que en el islam anida, muy extendido, el peligro que decimos. ¿Qué diremos pues? ¿Razón de más para hablar así? ¿o razón de miedo para no hacerlo?

* * * * *

Claro está que constatar que existe un peligro implica la pregunta ¿qué podemos hacer para salvarnos de él?

La retórica del buen islam puede ser un recurso lícito, como instrumento secundario y temporal, sólo si obedece a una estrategia más amplia que tiene en cuenta la verdad sobre el islam.

¿Y qué opciones se presentan? ¿Sólo la pasividad o la fuerza?

La fuerza militar puede tener que apoyar y sustituir a la fuerza policial antiterrorista cuando las autoridades de un estado se valen de los recursos de éste para facilitar un cómplice santuario absoluto a los terroristas. El caso de los talibanes afganos.

Pero esa fuerza, útil a corto plazo para destruir una base terrorista o para intimidar a otros estados (el mayor éxito de la campaña iraquí de Bush ha sido la rendición completa de Gadafi) no es útil a largo plazo: cuando se convierten en fuerzas de ocupación extranjeras. Esa es la diferencia de enfoque entre el moralizante Bush y los occidentales que le reprochan haber derrocado a Sadam. El discurso de estos últimos, al hablar de consecuencias peores, afirma implícitamente que la mejor fuerza de ocupación y represión contra la cristalización en un islamismo jihadista del peligro latente en el islam es la de un tirano local. Implantar o respaldar ‘sadames’ contra el islamismo es, en realidad, la receta del antiamericanismo no capitulador.

Existe otra receta opuesta: la pasividad más o menos completa. No hacer casi nada. Fingir que no existe el problema de fondo en el islam y esperar que pase por nuestro lado perjudicando a otros. Nuestro único papel en esa estrategia es el de actuar como entusiastas corifeos del buen islam soñado. Puede llegar a resultar si, entre tanto, sobreviene un nuevo periodo de moderación por fatiga en el mundo musulmán. Y se nos dirá que tal estrategia no es pasiva totalmente, porque la acompaña el alentar desde fuera dicha transformación.

Efectivamente, la espera puede no ser pasiva, pero debe tenerse cuidado en que no sea claudicante. Y, aunque parezca lo contrario, no existe gran dificultad en distinguir entre una espera activamente alentadora de la moderación y una espera claudicante. Todo depende de que nuestros gestos amistosos sean recíprocos o no.

Si ante la amenaza del latente en el islam los occidentales y los cristianos nos anticipamos una y otra vez a efectuar declaraciones, gestos y concesiones sin contrapartida no cabe duda que estaremos realizando una estrategia servil de aplacamiento (es decir, de capitulación anticipada por partes). Paradójicamente, transmitiremos una sensación de debilidad que convertirá al islam en más desafiante y exigente. La moderación interna del islam sólo puede alentarse reservando nuestros gestos de buena voluntad para retribuir a otros proporcionales.

* * * * *

¿Es esto todo lo que podemos hacer?

No, porque no resuelve el problema, sino que sólo tiende a diluirlo y dilatarlo.

La verdadera estrategia implica la eliminación del sustrato islámico, con su peligro permanente de repristinización del rigorismo coránico. Si en la población de Irak no existiera un sustrato islámico los cálculos norteamericanos de presentarse como liberadores hubieran tenido fundamento en vez del riesgo de despertar peligros mayores. Esa diferencia de sustrato marca las diferentes expectativas entre la ocupación de la Alemania posthitleriana y la del Irak postbaasista.

Lo verdaderamente deseable es que la religiosidad de los mahometanos se encauzara correctamente a la Fe cristiana. A largo plazo, en todas las fronteras de Europa (vikingos, magiares, eslavos) la desaparición del peligro exterior sólo vino con la extensión de la Fe común a aquellos pueblos hasta entonces ajenos y hostiles.

La conversión cristiana del mundo musulmán es la única verdadera y definitiva solución a ese peligro real y actual que se reconoce interiormente y se desmiento tesoneramente de dientes para fuera.

Desde luego, la conversión cristiana es fundamentalmente un don de la Gracia Divina, pero al que nosotros podemos y debemos coadyuvar.

Inicialmente, todo consiste en que los cristianos dejemos de leer el último mandato evangélico “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19) como si estuviera escrito “predicad y bautizad a todas las gentes, excepto a los monoteístas mahometanos, porque ni es posible ni les es necesario”. Esta lectura sesgada es la otra esquizofrenia reinante, no ya entre los occidentales, sino entre los cristianos, respecto al islam.

Lo primero es comprender que el evangelio no se orienta a predicar ‘el monoteísmo’ y la moral, sino a Jesús Verbo encarnado, y por lo tanto tampoco se conforma con su previa existencia. Y que además, los distintos tipos de adeptos a las alianzas monoteístas frente a los materialismos incurren en una actitud típicamente masónica: suponer la equivalencia fundamental en la práctica de las religiones, o al menos de algunas de ellas.

Por supuesto, la conversión de los mahometanos es una empresa mayúscula, pero que tiene un punto de partida asequible: el conocimiento y la repetición de su necesidad y de nuestro deber imperado por Cristo, es decir, la previa disposición interior en cada cristiano individualmente y en la Iglesia colectivamente. Que después ya actuarán según las posibilidades, empezando, posiblemente, por los mahometanos inmigrados a occidente.

La esquizofrenia de los occidentales, que simultáneamente alaban y temen al islam no tendrá solución sino cuando los cristianos se desprendan de su particular esquizofrenia por la que tratan del islam como si sustituyera satisfactoriamente a la religión verdadera y no debiera ni pudiera proponerse su conversión.

Convertir a los pueblos islámicos al cristianismo constituye una labor religiosa, de radicalidad evangélica, que ha de ser muy respetuosa en sus modos para con los mahometanos pero que implica una actitud anímica de los cristianos muy diferente del ‘respeto’ al Corán hoy en uso.

Paradójicamente, es la única actitud, dar solución religiosa a un problema de raíz religiosa, que sacará a occidente el dilema sin salida en que se encuentra entre la pasividad y el recurso a la fuerza.

En resumen: es hora de empezar a hablar de los mahometanos como gentes a las que predicar el Evangelio y bautizar en vez de respetarlos en su error. Ciertamente habrá mucho que hablar de ello... razón de más para empezar inmediatamente.

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Luis María Sandoval

 

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